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sábado, 14 de agosto de 2010

Historias de la Copa (1902)

(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 20 de abril de 2009)

Una cuestión de orgullo

En el principio fue una cuestión de orgullo, casi un lance de honor. La doble victoria del 'team' Bizcaya sobre el Burdigala de Burdeos los días 9 y 31 de marzo de 1902 fue un acontecimiento que no tardó en conocerse en los ambientes del foot-ball de toda España. Éstos eran todavía un reducto germinal con escasa implantación, pero entre los entregados a la nueva causa, jóvenes ricos y modernos, las noticias ya corrían como la pólvora. El gran triunfo de los vascos tuvo el efecto lógico: despertó la curiosidad y la envidia del resto de los equipos que entonces daban sus primeros pasos. Desde la capital catalana, el FC Barcelona y el Español lanzaron el guante del desafío. Ardían en deseos de enfrentarse a esa selección formada por jugadores del Athletic y del Bilbao que había sido capaz de merendarse (0-2 y 7-0) a los campeones del noroeste de Francia.

No hace falta decir que los jugadores del Bizcaya -¡buenos eran aquellos señoritos bilbaínos!- estaban encantados con la situación. Uno los imagina sentados en su rincón del café García, atusándose los bigotes, con la pipa en la mano y una sonrisa de condescendencia especialmente dedicada a aquellos incautos catalanes que habían osado cuestionar su dominio en los campos de foot-ball. De modo que les respondieron diciendo que estaban a su disposición para enfrentarse a cualquiera de ellos. Ahora bien, puestos a elegir, los bilbaínos reconocían que les hacía especial ilusión jugar contra el más poderoso de los dos, el Barcelona, que acababa de fusionarse con el Hispania y disponía de un plantel de futbolistas numerosísimo y disciplinado como la Guardia Suiza.

Alineación del Bizcaya, el primer campeón de la historia del fútbol español
El día, la hora y los padrinos de ese gran duelo acabaría poniéndolos, de forma involuntaria, Carlos Padrós, un barcelonés de Sarriá que vivía en la Villa y Corte y que, unos días antes, al mismo tiempo que el Bizcaya triunfaba en su primer compromiso internacional en tierras de la Gironde, había participado en la fundación de un nuevo club que daría bastante de qué hablar: el Madrid FC. Deseoso de que su equipo, que pocos años después alcanzaría la categoría de Real, se enfrentase a los mejores de España, Padrós decidió organizar un torneo aprovechando los festejos que iban a celebrarse en Madrid para celebrar el decimosexto cumpleaños y la coronación de Alfonso XIII. Consiguió que el Ayuntamiento le donara un bello trofeo, que le cedieran el campo de polo del Hipódromo de La Castellana para la disputa de los partidos y que se inscribieran cinco equipos: dos madrileños, el New FC y el Madrid FC; dos catalanes, FC Barcelona y Español; y un bilbaíno, el Bizcaya.

Cansancio

El 12 de mayo de 1902, todos los participantes estaban en Madrid. El número impar de inscritos obligó a que, al día siguiente, dos de ellos tuvieran que enfrentarse en una primera eliminatoria de cuartos de final. Les tocó la china al Español y al Bizcaya. No fue un buen presagio, ciertamente, ya que los vizcaínos estaban bastante justos de efectivos. De hecho, llevaban un mes y medio sin jugar juntos -el del Burdigala había sido su último partido- y algunos de sus futbolistas, caso de Careaga y Ramón Silva, estaban tocados. Los bilbaínos, sin embargo, salieron airosos de su primer compromiso con mayor facilidad de la prevista (5-1). Según dicen las crónicas, el Español notó en exceso la ausencia de jugadores extranjeros en su «eleven». Eran el único club al que entonces sus propios estatutos negaban la posibilidad de alinear foráneos. Dos horas después del Bizcaya-Español, el Barcelona se impuso por 3-1 al Madrid. Al día siguiente, mientras el escuadrón barcelonés descansaba velando armas para la gran final, el Bizcaya tuvo que desgastarse aún más haciendo los deberes ante el New madrileño, al que derrotó por un contundente 8-1. William Dyer hizo cuatro. Se lo pasó bien aquella tarde el delantero centro de Sunderland.

Un rival temible

El gran duelo estaba servido. Había llegado la hora del desafío. Era el momento de dilucidar una cuestión de orgullo, la primera supremacía del fútbol español. Hay que imaginar la foto que no se hizo antes de la final. A un lado, el Barcelona, con su plantillón de lujo. Tenía hasta 37 suplentes y una nómina escogida de extranjeros: los Morris, Parsons, Steinberg, Gamper, Meyer, Witty... Eran buenos, llevaban un mes y medio entrenando juntos a diario para la gran cita y, además, estaban frescos como lechugas. Ninguno de los titulares en la final había jugado contra el Madrid. Habían podido descansar, reservando fuerzas para concentrarlas en el único enemigo que les importaba.

En medio de la fotografía hay que situar a Carlos Padrós, que aparte de organizador, ejercía también de árbitro. Al otro lado estaba el Bizcaya. Sietes jugadores eran del Athletic (Larrañaga, Luis Silva, Amado Arana, Goiri, Cazeux, Astorquia y Ramón Silva) y cuatro del Bilbao (Luis Arana, Careaga, Dyer y Evans). Vestían de azul y blanco, lucían 'cap' inglés y bigotones decimonónicos, y gastaban botas manufacturadas por Germán, el zapatero de la calle de la Estufa. Estaban cansados, así que salieron como un vendaval. Dos goles de Astorquia y Cazeux sorprendieron al Barcelona, que sólo pudo acortar distancias en la segunda parte con un gol de Parsons. El primer torneo de fútbol disputado en España -o «concurso» como se lee en la inscripción del trofeo- llegaba así a Bilbao. Era una bella copa. Meses después de su conquista, Alejandro Acha, fundador y portero del primer Athletic, tuvo que acudir a rescatarla a la sede del club en la calle Nueva horas antes de que los acreedores la asaltasen. Gracias a su previsión, se la puede admirar en el museo del Athletic.