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sábado, 14 de agosto de 2010

Historias de la Copa (1904)

(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 22 de abril de 2009)

El temible señor Avecilla

Entre los 24 títulos de Copa que lucen en el palmarés del Athletic y brillan en sus vitrinas hay uno cuya conquista no permite ningún vuelo épico al ser recordada. Más vale despacharla, pues, con la frialdad de un trámite administrativo, de un papeleo de oficina. Se trata de la Copa de 1904, a la que el Athletic, lastrado por graves problemas económicos, con los acreedores aporreando la puerta de la sede del club, llegó tras salvarse 'in extremis' de la disolución en la histórica Junta General del 15 de noviembre de 1903.

El torneo fue organizado (es un decir) por la Federación Madrileña de Fútbol y resultó un desastre de principio a fin. Tanto es así que el Athletic acabaría llevándose el título sin jugar un solo partido y por su condición de vigente campeón. El lío fue de tal envergadura que merece la pena recordarlo. Al fin y al cabo, como chapuza no sólo fue ejemplar. También fue la primera en la historia del fútbol español, tan pródiga en ellas.

Las bases de aquella Copa estipulaban que sólo podía disputarla un equipo de cada región. El Athletic sería el representante del País Vasco y el Español lo sería de Cataluña. La duda estaba en la identidad del equipo madrileño. Había varios clubes dispuestos a hacerse con ese honor, por lo que hubo que organizar un torneo previo entre ellos. El que lo ganara se enfrentaría con el Athletic y el Español en un triangular, como en la edición del año anterior ganada por los bilbaínos. El reglamento del torneo fijaba claramente las fechas de la competición. Las eliminatorias de Madrid deberían estar resueltas antes del 23 de marzo y los partidos del triangular por el título comenzarían a disputarse el día 26 del mismo mes.

En un principio, sólo dos clubes de la capital de España se apuntaron a las eliminatorias para designar al campeón madrileño: el Español de Madrid y el Madrid-Moderno, un nuevo equipo formado tras la fusión del Madrid FC y el Moderno. A última hora, sin embargo, se permitió la inscripción de dos equipos más, el Moncloa y el Iberia. Ahí comenzó el lío.

Los dos últimos equipos en apuntarse fueron los primeros en enfrentarse. Lo hicieron el 13 de marzo en un terreno de juego habilitado en el campo de Tiro a Pichón de Madrid. El Moncloa se impuso por 4-0. El 19 de marzo les tocó el turno al Español de Madrid y al Madrid-Moderno. La batalla fue de época. El encuentro terminó con empate a cinco y 22 jugadores sin aliento, reventados por el esfuerzo. Tanto es así que los dos capitanes acordaron no disputar la prórroga. No se veían con fuerzas y ánimo para proseguir aquella batalla encarnizada de la que no parecía poder salir un vencedor y un vencido. Mejor jugar otro partido.

Un tipo listo

El problema surgió a la hora de determinar cuándo hacerlo. El Español quería jugar al día siguiente, sin más dilación, pero el Madrid-Moderno recordó que el reglamento impedía disputar desempates antes de que transcurrieran 48 horas. Las negociaciones se prolongaron hasta bien entrada la noche, pero no hubo forma de llegar a un acuerdo. El Español acudió al día siguiente a disputar el partido y su rival no apareció. Fue en aquel momento crítico cuando entró en acción Ceferino Avecilla, a la sazón presidente de la Federación Madrileña de Fútbol y del Español de Madrid. Un tío listo. El hombre no se anduvo con remilgos ni escrúpulos reglamentistas. Por lo visto, no iban con su carácter. Declaró vencedor a su equipo por incomparecencia del rival y aquí paz y después gloria. Lo que no pudo arreglar el señor Avecilla fue el desaguisado que había provocado en el calendario la inclusión del Moncloa y el Iberia. Todo se había retrasado una semana.

Ajeno a estas cuestiones, apoyado en el reglamento igual que Moisés en las Tablas de la Ley, el Athletic se presentó en Madrid el 25 de marzo. Al día siguiente, como estaba estipulado, debería jugar su primer partido. Nadie acudió a recibir a los bilbaínos a la estación de Chamartín, ni tampoco al hostal en el que se hospedaban, pero ese feo detalle no les sorprendió. Ya sabían lo que les esperaba. No iban a tener rival. El Español de Madrid y el Moncloa todavía no habían jugado su partido -iban a hacerlo el día 27- y el Español de Barcelona se había negado finalmente a participar en la Copa por desavenencias con la Federación Madrileña.

Así las cosas, cuando el 26 de marzo el Athletic acudió al campo de Tiro a Pichón no había allí enemigo a la vista. Eso sí, todo estaba previsto. Como tampoco era cuestión de volver a casa sin haber pegado unos toques y estirado los músculos, los bilbaínos disputaron un amistoso con los estudiantes de Ingeniería que jugaban en la 'sucursal' que el club tenía en Madrid, el futuro Atlético.

Más polémica

Al día siguiente, mientras la expedición del Athletic regresaba a Bilbao en tren, el Español de Madrid y el Moncloa disputaron su partido. Fue un choque polémico. La guinda de la estelar chapuza. El Español ganaba por 1-0 cuando uno de sus defensas, Hermúa, se rompió la tibia y el peroné en un lance del juego. El árbitro suspendió el encuentro y, para pasmo de los jugadores del Moncloa, dio la victoria definitiva al equipo de Ceferino Avecilla, que se frotó las manos y actuó con rapidez. Fijó la final para el 30 de marzo y, al no comparecer allí el Athletic, declaró vencedor del torneo a su club. La cacicada fue de tal calibre que no pudo sostenerse mucho tiempo. Enrique González de Careaga, el presidente rojiblanco, hombre cercano a Alfonso XIII, se aprestó a mover sus hilos en la Corte. No fue necesario. Los propios equipos madrileños se opusieron a la proclamación del Español como nuevo campeón y decidieron que, dado que el 26 de marzo, fecha prevista para la final en el reglamento del torneo, sólo estaba allí el Athletic, los bilbaínos retendrían el título.