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miércoles, 8 de septiembre de 2010

Historias de la Copa (1916)

(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 27 de abril de 2009)

Los dueños de la Copa

Poco más de una década había bastado para que el fútbol se convirtiera en un deporte de masas y un hervidero de pasiones. La rivalidad entre los equipos creció hasta tal punto que el campeonato regional se convirtió en un polvorín. La tensión de los partidos era máxima; tanto que un cronista de la época -sin duda, un hombre con cierta tendencia natural a la hipérbole- no dudó en comparar un 'match' Arenas-Athletic con «la Guerra de la Independencia, la batalla de Orihuela y la catástrofe de San Marcial».

Los campeones de 1916 en el Ayuntamiento, tras hacer entrega de la Copa al alcalde, Mario Arana.
Las relaciones entre los clubes vascos, especialmente entre los cuatro grandes de entonces -Athletic, Arenas, Real Sociedad y Real Unión- se movían entre la esforzada diplomacia y la libre aversión. Los donostiarras, por ejemplo, no sólo estaban enfrentados a muerte con los bilbaínos sino también con sus vecinos de Irún, que curiosamente estaban en sintonía con el Athletic, algo que no le ocurría precisamente al Arenas.

Así las cosas, no es extraño que, antes de desplazarse a San Mamés para disputar un partido decisivo para la resolución del campeonato regional de la temporada 1915-16, la directiva de la Real Sociedad pidiera al Athletic que no permitiese la presencia de público detrás de las porterías. La bronca entre hinchas que se había montado tres meses antes en Atotxa, aducían, obligaba a extremar las precauciones. La demanda realista, claro está, no fue atendida por la directiva de Alejandro de la Sota. Es más, aquel 9 de enero de 1916, pese al frío y la lluvia, en San Mamés no cabía un alfiler. La recaudación fue de las mejores que se había alcanzado hasta entonces: 6.800 pesetas.

Un largo litigio

Muy superior, el Athletic se impuso por 4-0. El público estuvo caliente, pero salvo algunos espectadores levantiscos que no dejaron de pitar y vociferar contra los jugadores donostiarras, sobre todo contra los temibles hermanos Arrate, se comportó con corrección. No hubo mayores incidentes, pese a lo cual el enviado especial de 'La Crónica' de San Sebastián se despachó a gusto contra la afición bilbaína. Su máquina de escribir fue un lanzallamas aquella tarde. «Nunca hubiéramos creído que en el pecho bilbaíno residieran gérmenes tan bajos como los exteriorizados ayer en San Mamés. Ni hubiéramos pensado cual borregos cumplieran exactamente las sandeces ruines y venenosas que unos cuantos zulús les han expuesto, diciendo todo menos lo que es sport», escribió. La respuesta desde Bilbao le llegó de manos del gran José Arrúe, que en una de sus viñetas se mofó de la goleada al eterno rival. «¿Otra ves me veníes con los pelotones desinflaos, hasiendo mañas y con cuatro a sero?», reprendía una mujer a unos niños llorones.

Real y Athletic concluyeron el campeonato regional empatados, lo que obligaba a jugar un partido de desempate para decidir el título y adjudicar el pasaporte para las semifinales de Copa. Fue entonces cuando, a propósito del campo en el que se disputaría el 'match', comenzó una agria polémica que tuvo puntual reflejo en la Prensa, muy ocupada aquellos días con la Primera Guerra Mundial. No era para menos. Los rusos habían sufrido 50.000 bajas durante su ofensiva en Besarabia. Sucedió que la Real envió un telegrama al Athletic proponiendo Logroño como terreno de juego. Mister Barnes consideraba que aquel campo no reunía las condiciones adecuadas y el Athletic contraatacó con una propuesta alternativa: jugar dos encuentros, ya fuese en sus campos respectivos o uno en Irún y otro en Jolaseta.

No hubo forma de llegar a un acuerdo. Durante semanas se libró un pulso a muerte en el que llegaron a intervenir hasta los gobernadores civiles de Vizcaya y Guipúzcoa. Al final, la Federación Norte designó Jolaseta como sede del partido. La Real decidió no presentarse y el Athletic fue proclamado campeón. El título colocó a los rojiblancos directamente en la final, ya que aquel año la Federación Gallega estaba castigada sin participar en el campeonato nacional.

Petit y Bernabéu

El Real Madrid, que había superado al Barcelona en semifinales, fue el rival de los rojiblancos aquel 7 de mayo de 1916. La final se disputó en el campo del Español de Barcelona, al que un aguacero minutos antes del inicio dejó muy al gusto de los leones. El equipo de mister Barnes, que días después del partido tuvo que regresar a Inglaterra reclamado por el Ejército de su país, contó además aquella tarde con el apoyo del público catalán, que estaba de uñas con los madridistas. Eran un buen equipo los blancos. Allí estaba Santiago Bernabéu, que fue un poderoso centrocampista antes de convertirse en un legendario presidente, y también un crío de 16 años que haría historia en el Real Madrid y en el Real Unión de Irún: el gran René Petit. Sin embargo, nada pudieron hacer ante el Athletic, una máquina bien engrasada. Un golazo de Txomin Acedo tras sortear a varios rivales encarriló el partido al cuarto de hora.

El resto fue cosa de Zubizarreta, que trituró a sus marcadores con tres goles, el primero de ellos al filo del descanso. El Athletic obtuvo así su tercer título consecutivo, que le daba derecho a tener el trofeo de la Copa en propiedad. Tres días después de la final, el 10 de mayo, Bilbao se volcó en un recibimiento multitudinario. Un solo dato: la expedición del Athletic, con Iceta portando el trofeo, tardó casi una hora en recorrer el trayecto entre la estación y el Ayuntamiento. Cómo sería la cosa, cómo sería, por ejemplo, el nivel de vino y 'txakolingorri' consumidos durante la juerga, que un empleado municipal tuvo que rociar a la muchedumbre con un manguerazo de agua a presión para hacer pasillo y que los jugadores pudieran alcanzar el consitorio.