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domingo, 28 de noviembre de 2010

Historias de la Copa (1958)

(Artículo publicado por Jon Agiriano en el diario El Correo, 10 de mayo de 2009)

La victoria monumental

Resulta muy complicado escoger el triunfo más meritorio del Athletic a lo largo de su historia. Ahora bien, no hay duda de que uno de ellos se produjo en 1958, cuando los rojiblancos lograron en el Santiago Bernabéu, ante el Real Madrid de Di Stéfano, una victoria monumental. La gesta tuvo todos los ingredientes menos uno. Le faltó épica. El Athletic ganó con una solvencia impensable. Por lo demás, fue algo único. Hubo que derribar al mejor equipo del mundo y hacerlo, además, en su propio estadio, ya que la Federación obligó a que la final se disputara en Madrid.

El Athletic campeón posa en el Santiago Bernabéu minutos antes de la gran final
El Athletic no era en 1958 el equipo avasallador que había firmado el doblete dos años antes. Habían cambiado algunas cosas y no tanto en la alineación del equipo sino en su blindaje emocional. La temporada 1956-57 había dejado algunos daños en la carrocería. Los rojiblancos debutaron en la Copa de Europa de forma memorable eliminando a dos grandes equipos como Oporto y Honved y cayendo en cuartos ante el Manchester United de los míticos Busby Babes tras un histórico 5-3 en un San Mamés barrido por la nieve. Pero en la Liga acabaron desmoronándose después de un comienzo supersónico y en la Copa se hundieron en la primera ronda ante el Español. El batacazo dejó muy tocado a Daucik, enfrentado a un amplio sector del público. La última de sus genialidades -acabar alineando a Carmelo como delantero en un amistoso ante el Burnley- le costó el cargo al final de temporada. Baltasar Albéniz llegó de Osasuna para sustituirle.

Aunque aportó sensatez, el técnico eibarrés no pudo enderezar el rumbo del equipo en la Liga. De nuevo irregulares, capaces de lo mejor y de lo peor, los rojiblancos terminaron sextos. Lo cierto es que el comienzo de 1958 no auguró nada bueno. A la muerte de Perico Birichinaga, una de las grandes instituciones del club, se le unió el accidente aéreo del Manchester United que tan magnífico recuerdo había dejado en Bilbao. Fueron días de desánimo. Los alirones se antojaban cosa del pasado. La Copa, sin embargo, volvió a rescatar la mejor versión del Athletic. Los pupilos de Albéniz eliminaron sin problemas al Celta y al Las Palmas antes de protagonizar una semifinal grandiosa frente al Barcelona. Tras ganar 2-0 en San Mamés e ir venciendo por 0-2 en un encharcado Camp Nou, los rojiblancos las pasaron tiesas -y eso que Artetxe estuvo estelar- para acabar perdiendo por la mínima (4-3) y salvar los muebles.

Sobre la final flotaba una polémica. El problema era la sede. Parecía claro que el partido por el título tenía que disputarse en un terreno neutral, como había sucedido siempre. La Federación, sin embargo, había tomado otra decisión: se jugaría en Madrid, independientemente de quiénes fueran los finalistas. Por lo visto, el presidente de la RFEF, Alfonso de la Fuente Chaos, había recibido presiones «al más alto nivel» para que así fuera. Los periódicos bilbaínos estuvieron días con las alarmas encendidas, recordando que el Reglamento de Partidos y Competiciones de 1957 no decía una palabra sobre Madrid. Tan sólo exigía que la final se celebrara en un estadio con un aforo mínimo de 40.000 espectadores. La del año anterior, por ejemplo, se había jugado en Barcelona.

La cacicada

El viernes 20 de junio, la Federación hizo pública la designación de Madrid como sede de la final, que se disputaría en el estadio Metropolitano si el Real Madrid era uno de los dos contendientes. La directiva del Athletic se rebeló, aunque esperó a eliminar al Barcelona para lanzarse al ataque. No hubo nada que hacer. Todas las gestiones de Enrique Guzmán cayeron en saco roto. Fue como estrellarse contra una pared. La última intentona tuvo lugar el martes 24, cinco días antes de la final. Guzmán estuvo un cuarto de hora al teléfono con el secretario de la RFEF, Andrés Ramírez Pardiñas. Fue inútil. En vista de ello, el presidente rojiblanco optó por una bilbainada: aceptó Madrid como sede, pero exigió que la final se disputase en el Bernabéu, que tenía mucha más capacidad que el Metropolitano y al menos iba a permitir una masiva afluencia de hinchas bilbaínos. La actitud del rey de Copas recibió todo tipo de elogios y almíbares en la Prensa madrileña; tantos que a Di Stéfano le parecieron excesivos. «Hubiéramos jugado en cualquier lugar, en el campo del Barakaldo, donde la parezca al señor Guzmán», declaró.

Arieta, a lo grande

Albéniz planteó un gran partido. El Athletic ya había fichado a su sustituto, Martim de Francisco, y quería despedirse a lo grande. La táctica del eibarrés fue una lección de sentido común. A los campeones de Europa les faltaban tres piezas importantes -Marsal, Kopa y Gento-, por lo que la clave era ahogar su corazón creativo, el triángulo formado por Santisteban, Di Stéfano y Rial. El Athletic hizo ese trabajo a la perfección. Etura mantuvo a raya al genio argentino, Jesús Garay se merendó a Rial y un jovencito de 19 años que sólo había jugado ocho partidos hasta entonces, Koldo Aguirre, dejó a Santisteban como la mojama. El resto fue cuestión de casta, de ritmo y de un delantero centro que, tanto en las semifinales ante el Barcelona como en esa final, completó los mejores partidos de su vida: Eneko Arieta.

Santamaría vivió un 'via crucis' aquella tarde con el durangués. El central uruguayo sabía latín, arameo y tres o cuatro lenguas muertas más, pero nada pudo hacer ante el torito. Un chutazo de Arieta abrió el marcador en el minuto 20. Tres minutos después, Mauri hizo el 2-0 tras empalmar de volea un centro bombeado de Uribe. El Real Madrid no supo reaccionar. Atados de pies y manos, incómodos, los merengues acabaron colgando balones largos al área de Carmelo, donde Jesús Garay impuso su ley. Fue una victoria inolvidable. Vizcaya reventó de orgullo. Las peñas rojiblancas se multiplicaban. En su viñeta en EL CORREO, K-Toño dibujaba al día siguiente la caravana rojiblanca cruzando Somosierra. En la carrocería del autobús que abría la comitiva se leía el resultado: «Pobresitos aldeanos 2-Mejor equipo del mundo 0».