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lunes, 15 de abril de 2013

Dani y Carlos: héroes del gol en San Mamés

Artículo publicado por Alfredo Varona en mediapunta.es el 05/04/13

Cien años de historia están a punto de agotarse en San Mamés. Cien años de los que han formado parte dos futbolistas como Dani y Carlos que hicieron del gol un amuleto. Un espléndido recuerdo que nunca pasará de moda. “Antes, jugábamos siempre con tres delanteros y ganábamos casi siempre en casa”

Se aproxima el final de San Mamés, de una vida y de una filosofía de vida en la que Dani siempre se sintió como pez en el agua. Jugaba con el número 7, “que era como mi amuleto” y que protegía a un futbolista intuitivo como casi ninguno en el área. Tenía esa habilidad para triunfar por arriba y por abajo con apenas 170 centímetros. En primera línea figuran sus estadísticas, 199 goles en 402 partidos con el Athletic en 12 temporadas en las que el fútbol no era como ahora. “Antes, jugábamos siempre con tres delanteros y era raro que en San Mamés no tuviésemos 20 ó 25 ocasiones de gol”. De ahí que un delantero centro como Carlos se sintiese en su hábitat. Fue el pichichi de la Liga en la temporada 1974-75 en la que el Athletic apelaba a la épica, al barro y a los balones por los aires. “Todo eso, que formaba parte de nuestro destino, ahora parece que está mal, porque el Barcelona juega de otra manera. Sin embargo, yo me pregunto: ¿qué daño hizo ese estilo al fútbol? Creo que todos son estilos válidos y que no hay que menospreciar a ninguno. En mi época, yo también recuerdo que había equipos que se cerraban en San Mamés y te ganaban 0-1 y, sin embargo, éramos nosotros los que teníamos casi todo el tiempo la pelota. ¿Acaso lo hacíamos feo? No, sólo era nuestra forma de jugar”.


Carlos ya no sabe si Bielsa hubiese cuajado en aquel Athletic. “Desde luego, nuestra forma de jugar era otra”. Por eso Dani no plantea lo imposible. “Ha cambiado tanto el fútbol que es innecesario buscar comparación. Son dos épocas. Son dos mundos. Yo estaba acostumbrado a que Urtubi o De Andrés me tirasen el balón a media altura para que lo protegiese cerca del área, donde trabajaba mi intuición. Ahora, el que veo que más se aproxima a eso es Llorente por su manera de proteger el balón o de bajarlo con el pecho. El resto del tiempo, incluso en el Athletic, consiste en dar toques”, añade Dani, que ha sabido acostumbrarse al nuevo escenario.

Desde que se retiró en el año 86, habrá faltado “una o dos veces”, en la grada de San Mamés, “y tal vez ni eso” en la tribuna principal alta, “justo encima del banquillo del Athletic”, donde está su localidad de socio. Allí sólo se encuentra con un problema. “Todavía hago movimientos y remates como los que hacía antes, pero la diferencia es que ahora soy espectador. A veces, me enojo tanto que debo pedir disculpas al socio que tengo debajo”. Es la eterna tentación del futbolista con el que también convive Carlos. “Pero yo ya no hablaría de nostalgia. La nostalgia es diferente, la nostalgia es no entender que la vida sigue y que, aunque no juegues, tú puedes seguir siendo tan feliz como antes”. Fue la consecuencia que recogió de sus años de futbolista. “Siempre tuve claro que no podía hipotecar toda mi vida por jugar al fútbol”. Por eso no renunció nunca a los estudios en un vestuario en el que Ángel María Villar también apelaba a la cultura. “Él estudiaba Derecho en Deusto”. Cuando no existía Lezama Dani, el menor de tres hermanos, tampoco fue un gran soñador en su infancia. “No era mi forma de ser. Además, de niño apenas iba a San Mamés. Ahora mismo, no recuerdo siquiera la primera vez que fui al estadio. Vivía en el pueblo, en Sodupe, y tampoco era fácil. La afición de mi padre estaba, sobre todo, en la pelota vasca. Pero por esas cosas que pasan en los pueblos me fui aficionando al fútbol. Cuando me quise dar cuenta ya andaba por ahí diciendo que Iribar o Txetxu Rojo eran mis ídolos”. Otra cosa era la de anticiparse al futuro. “¿Cómo iba a pensar algún día que yo sería el pichichi del Athletic?”, se pregunta Carlos. “Ni en sueños se me ocurría”.

Su vida era más prosaica en aquellos años. “En casa éramos y, de momento, somos diez hermanos. Al ser tantos, siempre entendimos que la vida era difícil”. Su infancia estuvo en el barrio de Zabalbide. “Tendría yo 10 u 11 años cuando empecé a ir a San Mamés, sobre todo a la General, donde nos colocábamos los niños en primera línea, y como todavía no éramos muy altos, no estorbábamos a los señores mayores que se ponían detrás”. Fue así como se creó un sentimiento que se hizo mayor cuando pasó del Güetxo al Bilbao Athletic. “Fue algo grande. Aquel Athletic, que había ganado la Copa del 69, tenía a Iribar, Chechu Rojo, Aranguren… Yo, que no tenía más de veinte años, vi que podía hacer algo en el fútbol”. San Mamés vivió su esplendor en aquellos años “en los que era como un fortín”, insiste Carlos. “Los partidos de casa los ganábamos casi todos”. Había un sentimiento imperial. “Éramos todos vascos”. Tampoco existía Lezama. “Íbamos a entrenar muchas veces al campo del Guetxo para no destrozar el césped”. Jamás olvidará el señorío de aquellos años en la grada. “Al equipo contrario siempre se le aplaudía”.


Dani también se hacía mayor en esos años. Había pasado del Barakaldo al Athletic. “Me hice hombre en el fútbol de abajo, porque pasé por todas las categorías. No me salté ninguna”. Aquel San Mamés tampoco era como el de ahora. “Me acuerdo de que los equipos salían al campo por las esquinas de los córners y que las generales eran localidades de pie, en las que se vivía un gran ambiente”. Son cosas que se perdieron con el tiempo, aunque a cambio se registraron otras como el aumento de la mujer en la grada. “No fue mi caso”, rebate Dani, “porque conocí a mi esposa cuando estuve cedido en el Llodio, pues resulta que ella era una gran aficionada. Y fue para toda la vida. Luego, nos casamos en el 76 y fue un acontecimiento en la ciudad. A fin de cuentas, yo era un jugador del Athletic”. Se aproximaron también días grandiosos como la final de la UEFA del 77 ante la Juventus, aquel partido de vuelta grabado a fuego en La Catedral. Carlos fue uno de los delanteros de ese Athletic. “La diferencia de aquellas dos finales con las del año pasado es que el Athletic las jugó y las compitió. A pesar de la derrota, dejó un encanto memorable”. Para entonces, Carlos ya se había licenciado en Medicina. “Empecé estudiando en la escuela de Ingeniería, lo que ya era mucho en una familia de diez hermanos. Pero una vez que pasé del Güetxo al Bilbao Athletic entendí que me podía costear la de Medicina”. Luego, marchó al Espanyol, donde jugó hasta el 83. Al fondo quedaron 115 goles con el Athletic y, sobre todo, esos memorables cabezazos que cambiaron tantas veces el destino. “Nunca olvidaré los dos que hice a la Real Sociedad en San Mamés que me dieron el Pichichi y que nos alejaron el descenso”, recuerda ahora desde su consulta de Medicina Deportiva en Las Arenas. “No me puedo quejar de nada. Llegué a ganar la Copa del 73 con el Athletic. El recibimiento en Bilbao no lo olvidaré jamás”. Dani, que pertenecía a una generación más joven, aguantó hasta el 86 en activo, “hasta ese día en el que San Mamés se llenó para despedir a un solo futbolista”. Mereció la pena.

Dani hizo toda su carrera en el Athletic a pesar de que el Barcelona trató de ficharle demasiadas veces. Por eso su legado se registró en las dos ligas de los ochenta en las que el Athletic seguía jugando con tres delanteros que casi siempre eran Dani, Sarabia y Argote. La lluvia seguía gustando muchísimo. “Sobre todo, en esos partidos al anochecer, a partir de las ocho. También es verdad que entonces llovía más”. Por eso Dani, que ya es abuelo, no se encierra en el pasado. “No creo que llore en mi último día en San Mamés. Sé que el cambio es para mejor, a un estadio más moderno, que nos beneficiará a todos”. Por lo tanto, no habrá nostalgia que valga. “En todo caso”, rebate Carlos, “agradecimiento a lo que se vivió”.