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domingo, 26 de mayo de 2013

El Athletic Club (desde mis gafas de pasta) (III)

Artículo publicado por Lartaun de Auzmendi en jotdown.es

(Al escribir esta pieza no pretendo pontificar, provocar adhesión, empatía, coincidencia, alterar los ánimos, ni siquiera una identificación con el texto. La única razón que me mueve a escribir este artículo es la de poner luz sobre qué es para mí el club de mis amores. Otra luz. Un foco tan válido, o no, como tantísimos otros que durante los más de 114 años de historia se han publicado sobre el Athletic Club. Nada más.)

Un poco de filosofía autoimpuesta

La elección de unos criterios de procedencia de los jugadores por parte de la masa social del club —y a veces mangoneada por sus dirigentes— es, a estas alturas, el principal signo de distinción de esta entidad más que centenaria. La “filosofía” —como se la llama— no ha sido, empero, siempre la misma aunque sí similar. Volvamos al pasado.

Los primeros trece años del Athletic Club los hijos de los burgueses locales (los Acha, Sota y compañía) se alineaban junto a los venidos de Gran Bretaña, costumbre que terminó en 1911, dos años antes de que se inaugurara San Mamés.

A partir de que los alumnos creyeron estar a la altura de los teachers y de una desagradable denuncia —que no prosperó— por parte de los vecinos de San Sebastián, los dirigentes de la institución decidieron que “con la gente de casa” sería suficiente para competir con iruneses, santanderinos, madrileños o barceloneses. Y así fue.

Cuando el Athletic Club se planteó no seguir con los ingleses, las alineaciones de sus equipos estaban formadas mayoritariamente por vizcaínos. Si bien guipuzcoanos, alaveses y navarros fueron teniendo cabida en las filas rojiblancas de manera natural con el paso de los años. Las razones de esa apertura a las provincias cercanas pudieron ser dos principalmente: la necesidad de complementar un plantel al que le faltaba calidad por nutrirse solo de jugadores de Vizcaya, y la importancia económica y laboral del Gran Bilbao como foco de atracción de muchos jóvenes de las cercanías para finalizar sus estudios y buscarse una primera oportunidad laboral en un mundo tan cambiante, también en aquel entonces.

La llamada filosofía del Athletic Club no ha sido bien detallada a lo largo de los tiempos y como consecuencia de ello y de las, en ocasiones, errantes voluntades de quienes han estado al frente de la entidad, ha tenido viajes de ida y vuelta a terrenos que a veces han resultado poco lógicos.

Durante una época, el club no permitía que la primera plantilla contara con jugadores no nacidos en alguna de las siguientes provincias: Vizcaya, Guipúzcoa, Álava y Navarra. Era algo que durante parte de los años 50, 60 y 70 se llevaba a rajatabla. Uno podía nacer en Soria y ser trasladado al mismo Bilbao en menos de un mes que no podría jugar en el Athletic Club ya jugara como los ángeles. Alguien pensó que ser tan estrictos haría del club un lugar más… algo. Vaya usted a saber.

El caso es que durante los años 30 y 40, y lejos ya de los recuerdos de los profes ingleses, jugó como brillante defensa un cántabro de nacimiento, de la localidad montañesa de Escalante para más señas, que rindió excelentemente y nunca abrió entre la afición ningún conflicto por su distingo natal. Me refiero a Isaac Oceja, de quien todo buen aficionado rojiblanco habrá oído hablar. Sin embargo, no se sabe por qué, un día alguien se levantó todo estupendo, purista, señalando con el índice la línea de marras en las partidas de nacimiento.

Y así se pueden citar casos de jugadores que nunca pudieron vestir la rojiblanca como el de Miguel Jones, delantero negro nacido en Guinea Ecuatorial pero que vivía en Bilbao desde los cinco años de edad. Acabó siendo un futbolista importante en el Atlético de Madrid. Otro caso es el de Chus Pereda, nacido en Medina de Pomar (Burgos) pero jugador del Valmaseda ya a los 15 años donde estuvo tres campañas antes de fichar por el segundo club de Bilbao, el Indauchu. Su origen hizo que el Athletic Club lo desestimara pese a haberse formado en Vizcaya y acabó fichando por el Real Madrid a los 20 años. El más sangrante, el de Gárate. José Eulogio Gárate, hijo, nieto y biznieto de eibarreses, vio la luz en Argentina porque sus padres estaban de vacaciones visitando a su abuelo exiliado en la localidad de Sarandí. Pocos meses después viajó a Eibar para no salir del pueblo hasta alcanzar la mayoría de edad. Comenzó jugando en la S.D. Eibar, fichó por la S.D. Indauchu y de allí hubo de marchar al Atlético de Madrid —donde hoy es auténtica leyenda— por la absurda pega del Athletic Club a que hubiera nacido en Argentina.


Por último citaré a uno cuya historia, amén de injusta, pudo de alguna forma vengar su hermano. Lázaro era un buen futbolista cuya ilusión era a comienzos de los 70 jugar en su Athletic del alma. Calidad le sobraba, compromiso, no digamos. Solo presentaba un problema, insalvable le dijeron mientras lloraba amargamente la noticia. Había nacido en Torres (Jaén) y pese a haber vivido toda la vida en Gallarta (Vizcaya) no podía jugar en su Athletic. Su hermano Manuel le dijo al verle absolutamente derrotado: “No te preocupes, Lázaro, que yo jugaré en el Athlétic, porque he nacido aquí y a mí no me pueden decir que no.” Y bingo, acabó ocurriendo. Manolo Sarabia vengó la afrenta sufrida por su hermano para convertirse en una figura del fútbol defendiendo los colores rojo y blanco.

A finales de los setenta la norma no escrita aparecida de repente años atrás se volvió más laxa desde los despachos. Así futbolistas como Luis Fernando, Patxi Ferreira, Loren o Ernesto Valverde, cuyas madres habían parido en Castilla o Extremadura, jugaron en el Athletic en los 80 y los 90. Aunque el caso más llamativo fue el del riojano Luis De la Fuente. Nacido y criado en Haro, el estupendo lateral izquierdo de la época dorada del Athletic de Clemente apareció en Lezama en edad juvenil a mediados de los 70. Algo había cambiado en las reglas sin que los socios hubieran participado en la discusión de las mismas, una vez más.

De la Fuente reabrió el camino y desde entonces la casuística ha sido tan variada como incomprensible en algunas ocasiones. Cualquier jugador criado en el País Vasco o Navarra o formado en las categorías inferiores de Lezama no tenía por qué haber nacido en el Vizcaya, Guipúzcoa, Álava o Navarra para llegar al primer equipo. Incluso para fichar a Bixente Lizarazu se apeló a que como había venido al mundo en San Juan de Luz (País vasco-francés o Iparralde) era vasco y por tanto susceptible de ser fichado. Sorprendió a pocos, y más de uno lo utilizó para decir que el Athletic Club jugaba ya con foráneos. Lo que no tuvo pase alguno, si se miraba a la eterna y etérea norma, fue la decisión de fichar a dos futbolistas riojanos que habían pasado por Osasuna pero no se habían formado en la cantera de Lezama. Aquello fue algo totalmente nuevo y soy de los que opinan que no había por dónde cogerlo. Me refiero a los casos de Ezquerro y José Mari, primera vez que se cruzaba una línea roja autoimpuesta sin dar cuenta de qué se estaba haciendo. Porque ni eran vasco-navarros, ni habían pasado por las inferiores del Athletic. Una vez más los regidores del club reinventaban la regla sin previa consulta a los dueños de la entidad. Un desprecio a los socios y la tradición.

Desde la salida, años más tarde, de José Mari y Ezquerro, no se ha vuelto a incurrir en fichajes de jugadores en similares circunstancias aunque alguna vez se ha intentado dejar claro desde la entidad que la trampa que se hicieron en el solitario había podido abrir una espita a la que poder acudir cuando se considerara oportuno.

Por su interés reproduzco textualmente el pequeño escrito que aparece en la web del club desde, al menos, 2010 y que atañe a la nueva definición de la filosofía del Athletic Club:

“El Athletic Club está radicado en Bilbao, provincia de Bizkaia (País Vasco). Nuestra filosofía deportiva se rige por el principio que determina que pueden jugar en sus filas los jugadores que se han hecho en la propia cantera y los formados en clubes de Euskal Herria, que engloba a las siguientes demarcaciones territoriales: Bizkaia, Gipuzkoa, Araba, Nafarroa, Lapurdi, Zuberoa y Nafarroa Behera, así como, por supuesto, los jugadores y jugadoras que hayan nacido en alguna de ellas”.

Dos casos curiosos a los que quisiera hacer mención son los de alguien que no fue y otro que apenas fue pero trajo cola. Me refiero a Benjamín (ex de Valladolid y Betis) y Mario Bermejo (aún jugando en el Celta en Primera). Benjamín Zarandona, de sobra conocido por cualquier aficionado al fútbol, era un jugador de raza negra de padre vizcaíno y madre guineana. Su buen nivel futbolístico hizo que sonara (y algo más) para el club de Ibaigane. Conozco varios socios —jovenes, por cierto— que me dijeron que romperían el carnet “si el Athletic ficha a un negro por mucho que su padre sea de aquí”. Hoy sigo convencido de que la junta directiva no se atrevió a cerrar el fichaje precisamente por el color de la piel del simpático Benjamín, porque nivel deportivo atesoraba. Y es que de pronto, los hijos de vascos también eran bienvenidos en el primer equipo del Athletic aunque fueran de Almería o de Santander, como era el caso de Mario Bermejo. De Bermejo se dijo que su padre había nacido en Bilbao y de ahí la posibilidad de jugar en el primer equipo. No es que jugara mucho, aunque le dio para debutar en la UEFA incluso, pero siendo como era cántabro un buen día fue llamado para jugar con la selección de Cantabria. El Athletic le prohibió jugar con la selección de su autonomía para que su ya de por sí polémico encaje en la tradición del club no diera más que hablar y se diera cuenta la gente de que se sentía cántabro.

Por cierto, el primer equipo ya ha jugado en varias ocasiones con un futbolista negro en sus filas, afortunadamente. Se trata del canterano Jonás Ramalho, baracaldés de nacimiento, de padre angoleño y madre vasca.

Sea como fuere, el Athletic Club sigue librando —porque así lo desea— una lucha desigual ante sus rivales por las extraordinarias limitaciones de sus caladeros futbolísticos. Limitaciones que van variando según la época, las circunstancias y el capricho de los de la corbata, pero de las que se sienten orgullosos la mayoría de sus socios y aficionados. Aunque no todos las mantendrían.

[Continuará]