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lunes, 2 de diciembre de 2013

Cuando huelen la sangre...

Artículo publicado por Jon Mujika en el diario Deia el 02/12/2013


Bufandas al viento, la afición celebró la primera de las grandes noches de fútbol en el nuevo San Mamés. (P. Viñas)

En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol, dijo Eduardo Galdeano, el viejo escritor uruguayo. Se diría que lo dejó escrito para que fuese recitado en noches como las de ayer; noches en las que el Athletic se convierte en vendaval y no hay muralla que detenga esa tormenta ni hombre que se aliste a otro regimiento.

Desde el primero hasta el último minuto, desde el primer al último hombre, la carga fue incesante, un asalto al bastión que no halló fuerza sobre la tierra capaz de detenerlo. Así, al Barcelona más gris de los últimos tiempos empezó a llegarle el fin del mundo a oleadas. Tal fue el acoso, tan firme la mano que le estrangulaba, que mediada la segunda mitad, cuando Iker Muniain subió al cadalso, hacha en mano, hincó la rodilla. Segundos después su cabeza rodó sobre el canasto. San Mamés entero vibró entonces como solía...

Ocurre cada vez que el león caza. Muerde, muerde y muerde; y muerde otra vez hasta que hace presa y mata. Es lo que le agranda, lo que le distingue. Cuando huele la sangre no hay quien detenga esa furia desatada que ayer encendió las gradas y tribunas de San Mamés. No fue así mediada la primera mitad, cuando el Barcelona parecía ágil y ligero, tocaba febril. Parecía inabarcable entonces, pero el Athletic presionaba arriba, en la yugular. Cuando huele la sangre, el Athletic de Esparta, encabezado ayer por la imagen conmovedora de Toquero como punta de lanza, como un cristo inmolado en la presión, no cesa, no se desmaya, no da un paso atrás.

¡Y como vive San Mamés esa avalancha! El mismo San Mamés que guardó un sentido minuto de silencio en recuerdo de Beti Duñabeitia con los sobrecogedores acordes del himno del Athletic ralentizados en el piano para, cumplido con el corazón del pasado, entregarse en el arranque con la fuerza del viento. Sabe esta afición que cuando la noche es incierta, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto del caballo. Así lo hizo. Dejó que el Athletic apretase en las cuatro esquinas, alentándole para que siguiese con esa furia desatada, cun fútbol de alta tensión que el Barcelona no supo ni pudo desactivar. También las gradas huelen la sangre, también aprietan los miles, tampoco se descansa hasta el último minuto.

Fue un partido jugado a sangre y fuego, ya estás dicho. Pero nadie pensó que aquello fuese una locura. Es más, ya en los comienzos se elogiaba la idea: irse a morder arriba. "Ernesto le ha echado un par..." repetía un aficionado una y otra vez, cuando el Athletic apretaba con cuatro, con cinco, con seis por delante de la línea Maginot del centro del campo. "Es la única manera de ganarle al Barça", repuso una voz. Y otra le dio la hermosa réplica: "¡Es nuestra manera!" Sonó tan convincente, tan emotiva y escalofriante, que su autor se llevó una salva de aplausos para casa. La merecía.

Ni siquiera después de que se cobrase el diezmo del gol llegaron la dudas. No fue, el de anoche, un Athletic de cálculos ni de trincheras sino un equipo a pecho descubierto. Ahí iba Toquero, y a su lado Muniain; y Herrera, y Markel Susaeta, y Mikel Rico y Javier Etxebarria, y Aitor Aranguren, y Ainhoa Ortega, y María Ángeles Fuentes, y así miles y miles. No querían, no quisimos, que el Barcelona nos acorralase. ¿No eran Neymar El Terrible o Alexis Ojo de Águila...? ¡Qué lo demostrasen! ¡Qué tumbasen a león con su fuerzas! Nada de dar un paso atrás, pensaba el equipo y pensaban las gradas en sintonía, entre los coros de Aida y los gritos de ¡Athletic, Athletic! enfebrecidos. Ese es el Athletic grande, el que no guarda, ni esconde, el que se parte la cara. Ese es nuestro Athletic.

Hubo, durante el encuentro, otras historias. El nuevo San Mamés no olvida las afrentas en el viejo campo y volvieron a afearle su juego a Iniesta por la vieja deuda de la expulsión a Amorebieta y el desprecio a la Catedral, a la que trató de "un campo cualquiera" en su despedida. Él no es un cualquiera con el balón -mediada la primera mitad era Barça puro...- pero no conoce algunos de los códigos de la historia del fútbol. Aquí no encontrará el perdón, pese a que vio como Xavi, su compañero de armas, volvía a marcharse entre aplausos.

Está también la historia de Iker García. Era ya tiempo de prolongación y había subido las escaleras de tribuna principal hasta el rellano. Su aita tiraba de la manga. "El autobús, Iker, el autobús..." Y tanta fue la insistencia del padre que el niño -once o doce años le calculo...- se dio la vuelta y le dijo: ¡Joder, empatar con el Barça ya es mucho pero ganarle... ¡Ganarle es la hostia!" el padre le abrazó y mucho me temo que ambos volvieron a casa en taxi. Y poco que les importó.