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lunes, 23 de febrero de 2015

El color de la raza

Reportaje publicado por Juanfer Fernández en el número 3 de Marca Plus

Hablar de la raza es hablar de piel. Pero en las entrañas de Lezama todo se difumina. Allí, Venancio, Iriondo, Zarra, Panizo y Gainza, la histórica delantera del Athletic del 45, yacen inmortales en una pared.

Antes de que San Mamés fuera la Catedral del fútbol vizcaíno, la afición rojiblanca rezaba en Lamiako. Allí, en el campo de tierra de uno de los barrios más humildes de Euskadi, el Athletic comenzó a escribir su historia.

La política de captación del Athletic, en principio, se circunscribe a Euskadi, el País Vasco francés y Navarra. Aunque en palabras del direcctor deportivo, Amorrortu, lo realmente crucial "no es tanto el origen, sino la formación; que haya mamado la cultura vasca".

Y lo anuncia: "Puede haber chicos que estén viviendo en el extranjero, que no sean nacidos en el País Vasco aunque sus padres sí, y que, a pesar de que viven fuera, en la practica estén viviendo en un entorno de aquí". Es la educación que reciben en casa a lo que se refiere el técnico, la educación vasca.

En este punto es donde el Athletic deja la puerta abierta a la futura incorporación de promesas procedentes de la diáspora vasca, que es como se llama al colectivo que abandonó Euskadi y cruzó fronteras en busca de un futuro mejor. Hoy, adelanta, el club ya contempla "esa posibilidad". Una máxima: nunca "provocar" situaciones, más bien dejar hacer a la "naturaleza". "Piensa como Athletic", zanja Amorrortu.
-Entonces, ¿por qué Miguel Jones no jugó en San Mamés?
-No lo sé.

Es imprescindible echar la vista atrás, hasta finales de los años 50. ¿Por qué? Unas manos color azabache pudieron haber escrito de forma distinta la historia del color.

Ni siquiera en Bilbao son muchos los que conocen a Miguel Jones (Guinea 1938). Menos todavía los que saben que fue el primer jugador negro en enfundarse la rojiblanca y morder su escudo ante los mitos. Ante varios de los integrantes de esa delantera de 'magníficos'. Vale que sólo fueron 15 minutos y que el partido no era oficial. Que jugó entre semana y que en las gradas de San Mamés apenas había cronistas para dar testimonio.

Vale que no tardó ni 15 días la realidad en cerrarle la puerta en las narices. Aun así para Miguel fue vivir el sueño más bonito que jamás imaginó.

Es negro, sí, pero muy del Botxo. Tanto que apenas titubea si se tiene que arrancar a cantar 'bilbainadas'. Se las sabe todas. Si la compañía le agrada y el vino lo merece, Jones hace la ronda por el Casco Viejo con sus amigos txikiteros. Mientras habla de sus mil y un viajes por el mundo hace patinar la "r" con descaro, muestra su genuino acento norteño y no tiene reparos en soltar palabrotas para redondear frases, como todo buen vasco. Es lo que tiene haber mamado de la Villa de Don Diego desde los cuatro años. Y es lo que hizo que el entrenador del Athletic, Fernando Daucik, se decidiera a ficharle allá por 1957, después de verle jugar un partido de la liga universitaria con el equipo de Económicas de Sarriko. Es negro, sí, pero juega con arrojo vizcaíno, pensaría el preparador checo tras la exibición.

-Todavía es muy pronto. No quiero que Miguel se distraiga de sus estudios -contestó el padre al oír la oferta rojiblanca.
-Déjele al menos que venga a entrenar algún día -replicó astuto Daucik.

Sabía que a eso no podía negarse y que la oportunidad era de oro. A los pocos días había programado un partido de entrenamiento en San Mamés, de esos que por aquel tiempo acostumbraban a jugar los equipos a mitad de semana para no perder el ritmo. Contra el Indautxu, que militaba en Segunda División. Sin luces ni taquígrafos. Marco ideal para el experimento.

Allí se presentó Miguel con apenas 17 años y un petate lleno de ilusiones. Jugar al fútbol con sus ídolos, a los que su padre le llevaba a ver todos los domingos que tovaba desde que llegaron a España.

En la puerta de la caseta le esperaba su gran valedor, Daucik: "¿Preparado?" Jones asintió. Dice que nunca lo olvidará. Los que ese día iban a ser sus compañeros formaban erguidos y con la zamarra a medio poner en una especie de círculo que bordeaba las paredes del vestuario. Se hizo el silencio al franquear la puerta. En mitad de la sala le esperaba Piru Gainza, el legendario capitán del Athletic, el que más copas ha levantado en toda la historia. Le tendió la mano y le dijo: "Juega tranquilo, chaval. Como si estuvieras en el colegio con tus amigos", en un intento vano por arrancarle los nervios. Después fue el turno los demás jugadores, quienes le fueron saludando uno a uno.

"Nunca lo olvidaré. Salí en el segundo tiempo sustituyendo a Eneko Arieta", revive Miguel visiblemente emocionado. Quien le daba el testigo no era un cualquiera. El 'Torito de Durango' tenía fama de goleador impenitente y luchador infatigable. Una de las estrellas de aquel equipo conocido como el Athletic 'de los once aldeanos', por la entrga y garra que destilaban en cada uno de los encuentros. Chocaron las manos y saltó Jones a La Catedral a mil revoluciones, dispuesto a luchar contra el barro de aquel lluvioso jueves y contra el peso de toda una historia. El destino no pudo dedicarle un guiño mejor. Apenas llevaba unos segundos en el campo cuando vio al gran Artetxe desbordando por banda. Sintió en su interior esa llamada. Aunque jugaba de delantero centro y debía entrar al remate con todo, se quedó clavado en el borde del área, aguardando el balón que, todavía no sabe muy bien por qué, estaba seguro de que le llegaría. Instinto lo llaman los analistas modernos. Pase atrás del extremo y Miguel que le pega con toda su alma. "¡Goool!", gritaba incrédulo el padre desde la grada mientras que Daucik mascullaba en el banquillo su certeza: "He encontrado al nuevo Ben Barek".

El sueño de Jones y las intenciones de Daucik se quedaron en aquel partido. Los dirigentes rojiblancos concluyeron que no podía formar parte de la plantilla del Athletic porque no había nacido en Vizcaya, condición indispensable en aquella época. "No fue porque fuera negro, eso es mentira. Entonces tampoco les dejaban jugar a los guipuzcoanos o navarros. Tenías que ser vizcaíno, vizcaíno de nacimiento", insiste Miguel. Como él había nacido en la isla de Fernando Poo, en plena Guinea española, tuvo que buscarse la vida en otros equipos. Fue el Barakaldo y después el Indautxu, equipo contra el que se lució en sus 15 minutos de león. Después ya vino el Atlético de Madrid con un contrato importante. Fue junto a la rivera del Manzanares donde Jones ofreció sus mejores años de fútbol. Estuvo cerca de una década formando parte de uno de los mejores Atléticos que ha habido en la historia. En aquel equipo jugaban Gárate, Adelardo, Luis Aragonés, Griffa, Ufarte o Collar. "Siempre marcaba en los grandes partidos", reflexiona Adelardo mientras revive aquella épica final de Copa del Rey (entonces Copa del Generalísimo) en el que derrotaron al Real Madrid de Di Stéfano en el mismísimo Santiago Bernabéu, con un golazo de Jones que sirvió para cimentar el triunfo (1-3).


Miguel Jones en su etapa como colchonero

"Era un delantero importantísimo para nosotros. Buscábamos continuamente su velocidad porque era muy rápido y solía caer mucho a banda. Su remate de cabeza era demoledor cuando entraba en el área" describía Luis Aragonés. El difunto exseleccionador fue uno de los compañeros con los que más amistad trabó y compartió secretos. "Siempre ha sido un hombre de Bilbao y sé que le hubiera gustado triunfar en el Athletic", apostilló 'El Sabio' en una entrevista hace años.

Quizás a aquella lejana época le faltaron tintes de naturalidad como los que se exhiben hoy en Lezama para hablar de este asunto. En las entrañas del Athletic la opinión es unánime sobre Miguel Jones: de haber nacido en los 90, podría estar jugando. No hace falta más que tomar como ejemplo a su reencarnación futbolística, Jonas Ramalho, para entender la ausencia total de rigideces. O el futuro que le aguarda hoy a Iñaki Williams.

El 20 de noviembre de 2011 cambió la historia. Sánchez-Pizjuán, Sevilla. Marcelo Bielsa le dio la oportunidad a Jonas Ramalho. Sólo fueron seis minutos como jugador del primer equipo, salió en el minuto 87 sustituyendo a Iñigo Pérez. Apenas tocó un par de balones. Y se puede decir, desde un prisma metafórico, que ni siquiera llegó a enfundarse la rojiblanca, pues ese día el Athletic jugaba con la segunda equipación, verde.

Aun así, le bastó con saltar al césped para marcar un hito en los 116 años de la historia del club con más solera. Lo efímero de su bautismo devuelve a la retina la imagen de Miguel Jones: un sueño corto pero intenso. Y cumplido. "Él se siente orgulloso de pasar a la historia por haber sido el primer negro en debutar. Le gusta y se siente orgulloso", confesaba su inseparable amigo Iker Muniain.

"Athletic, Athletic, la fuerza de querer. El tronco del viejo roble ha hecho crecer hoja nueva". Hoy, más que nunca, la letra que besó la boca de inmortales del blanco y negro cede el testigo al color. Hoy, más que ayer, la raza es rojiblanca. Hoy, el Athletic vuelve a estar entre los más grandes de Europa. Los tiempos han cambiado...


(Entrevista publicada por P. Ruiz en el diario DEIA el 21 de noviembre de 2011) Pulsar AQUÍ