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jueves, 9 de febrero de 2017

Iribar, Arconada y Zubizarreta: Los mitos también fallan

Artículo publicado por Gaizka Ibáñez Vizcaya en www.undergroundfootball.com el 09/01/2017

A menudo se dice que el carácter del adulto se forma durante su juventud. Son esos primeros pasos en la vida, esa inicial toma de decisiones, las que van perfilando a la persona del mañana. Y en el caso de aquellos que han hecho de guardar una portería su profesión, este periodo toma, si cabe, más relevancia. Se ha escrito mucho sobre la soledad del portero y su condición de especial dentro de los once que comparten escudo, de hecho él es el único que luce diferente, pero es necesario aterrizar lo que supone para un niño o adolescente enfundarse por primera vez los guantes. La conclusión es clara, no es fácil. Más allá del estereotipo colegial en el que sólo los menos agraciados en el pateo del balón tienen como destino la portería, el papel del guardameta siempre es complicado.

Eso de que la victoria tiene muchos padres y la derrota es huérfana puede ser válido en muchos campos de la vida, pero en el fútbol no aplica. La victoria, salvo honrosas excepciones, siempre cabalga a lomos de un jugador de campo, generalmente el hombre gol, mientras que la derrota campa a sus anchas entre los guantes del portero. Esos mismos guantes que no acertaron a blocar el esférico, que se doblaron ante un lanzamiento lejano o que quedaron pequeños ante el salto del rival. La derrota y la victoria son antagonistas al igual que el portero y el delantero de un mismo equipo apenas se atisban el uno al otro en el campo.

Bajo esta perspectiva resulta difícil entender que existan almas sacrificadas que, prescindiendo de las prebendas del gol, opten por enfundarse el par de guantes. Sin embargo, lo inexplicable en ocasiones tiene cabida, y sí encontramos jugadores que ante la admiración del resto dicen “yo me pongo de portero”. Son pocos, es cierto, pero, puntualmente, la existencia de guardametas que alcanzan el reconocimiento del aficionado les ha insuflado ánimo suficiente para situarse bajo los tres palos.

En España esa excepcionalidad se ha convertido en costumbre. Durante al menos los últimos 50 años, el país ha contado siempre con guardametas que han hecho de su oficio un arte a imitar. Iribar, Arconada, Zubizarreta y Casillas se han ido sucediendo en el liderazgo moral del colectivo de porteros. Por tanto, no es de extrañar, que buena parte de aquellos que fuimos jóvenes en la segunda mitad del siglo pasado, nos hayamos enfundado alguna vez la camiseta de cancerbero. En mi caso fue la del Zubizarreta campeón de las ligas con Clemente, pero qué niño o mayor no soñó con ser Casillas tras los penaltis de la Euro 2008 frente a Italia. Ser portero es duro, pero se lleva mucho mejor cuando sabes que aquel al que imitas es admirado.

Sin embargo, estos grandes porteros también se enfrentaron a jornadas aciagas. No importa las veces que dejaron su portería a cero, ni la seguridad con que una y otra vez atajaron el esférico colgado por el equipo rival. Todos ellos, sin excepción, son de una u otra forma permanentemente señalados como los artífices de aquella pifia que el aficionado no logra borrar de su cabeza. Se trata de fallos aislados, es cierto, pero su condición de porteros les impide justificarse a través del grupo. El fallo, se mire por donde se mire, es únicamente suyo.

Iribar, Arconada y Zubizarreta hace ya tiempo que colgaron los guantes por lo que ya podemos identificar sin lugar a dudas cuáles fueron las jornadas más oscuras de estos mitos de la portería.

JOSÉ ÁNGEL IRIBAR (“EL CHOPO”)


José Ángel Iribar, “El Chopo”, nacido en Zarauz y retirado hace más de 25 años, es para todo aficionado el portero con mayúsculas del Athletic Club de Bilbao. 18 temporadas defendiendo la portería rojiblanca, nadie le ha podido superar en sus guarismos, y 49 internacionalidades le convierten sin lugar a dudas en un mito. Durante casi dos décadas la alineación de los de San Mamés se recitaba de carrerilla, Iribar y diez más. No había duda, el espigado hombre de negro, en homenaje a su ídolo Lev Yashin, siempre estaba allí. En su palmarés 2 Copas del Generalísimo y la Eurocopa del 64. En su corazón, seguro, la final de Copa del 66 ante el Real Zaragoza. El Athletic Club de Bilbao perdió pero Iribar salió a hombros mientras su afición entonaba el cántico que hoy diríamos se hizo viral “Iribar, Iribar, Iribar es cojonudo, como Iribar no hay ninguno!”.

El 25 de junio de 1977 Madrid se engalanó como en las buenas ocasiones para recibir a 50.000 aficionados rojiblancos. El primer título copero de la democracia estaba en juego y como rival a batir aparecía el Real Betis Balompié de los Cardeñosa, Benítez y Cobos. Entre la plantilla bilbaína todavía pesaba la reciente derrota ante la Juventus de Turín en la final de la UEFA, pero, aun así, el ánimo era bueno. Los 90 minutos reglamentarios concluyeron con empate a uno, goles de Carlos y López, y el tiempo añadido, pese a los goles de Dani y el propio López, no trajo un campeón. No había más salida que recurrir a los penaltis. Fue entonces cuando, en ausencia de la Virgen de Begoña, las gradas del Vicente Calderón, mayoritariamente pobladas por aficionados rojiblancos, se encomendaron a José Ángel Iribar. “Alguno para seguro” es probable que pensara más de uno. Fue una tanda larga en la que los goles se alternaron con escasos penaltis errados y que se prolongó hasta el décimo lanzamiento por equipo. Quedaban pocos jugadores por pasar por el punto fatídico, ya que incluso Esnaola, portero de los béticos, lo había hecho.

Bizcocho por los verdiblancos no falló y toda la responsabilidad paso a recaer en El Chopo. Esta vez no eran sus manos las que debían salvar al Athletic Club de Bilbao, sino su pierna derecha. El de Zarauz cogió carrerilla, replicó la clásica paradiña de su compañero Dani, y lanzó el esférico buscando la cepa del poste izquierdo de la portería de Esnaola. No fue un mal lanzamiento pero el también portero guipuzcoano lo adivinó. El Athletic Club de Bilbao había vuelto a perder una final y, para mayor dolor del siempre idolatrado portero rojiblanco, ésta pasaría a la historia como la del penalti de Iribar. Fue su última final, ya no habría más opciones de que el capitán levantara de nuevo un trofeo.

LUIS MIGUEL ARCONADA

Luis Miguel Arconada fue uno de los primeros iconos deportivos que trajo la democracia. Su agilidad, su personalidad y el formar parte de la mejor Real Sociedad de la historia colocan a Arconada entre los grandes porteros del fútbol español. Durante 13 años, prácticamente de forma ininterrumpida, salvo la temporada 85-86 en la que sufrió una grave lesión, Arconada ocupó la portería de Atocha. 552 partidos con el club donostiarra y 68 apariciones con la selección española dan brillo a la carrera de un portero que luce como campeón de Liga en dos ocasiones y una como campeón de Copa del Rey. “No pasa nada, tenemos a Arconada!” repetía animosa la afición txuriurdin y no era para menos. Arconada se alzó por tres veces con el Trofeo Zamora y, una parada suya a penalti lanzado por Quique Ramos, dio a la Real Sociedad la Copa del Rey de 1987 frente al Atlético de Madrid.

El 27 de Junio de 1984 España se presentó por segunda vez en su historia en la final de la Eurocopa. 20 años después del gol de Marcelino frente a la URSS, el reto de alzarse con un nuevo entorchado europeo estaba al alcance de los dirigidos por Miguel Muñoz. No había sido sencillo llegar a la final del Parque de los Príncipes de París y por ello la afición española tenía como claros referentes a Maceda, autor de los goles salvadores frente a la República Federal Alemana y Dinamarca, y a Arconada. La actuación del portero de San Sebastián estaba siendo soberbia hasta el punto de haber permitido a sus compañeros seguir con vida en partidos que, por dominio y oportunidades, debían haberse decantado del lado contrario. Es posible que aún hoy muchos daneses recuerden su milagrosa intervención en el minuto 120 de las semifinales. Enfrente, la selección anfitriona, la Francia liderada por Platini, Giresse, Tigana y Luis Fernández. El favoritismo caía del lado francés pero, pese a las bajas de Maceda y Gordillo, el combinado nacional fue claro dominador de los primeros 45 minutos. A punto estuvo Santillana de abrir el marcador en varias ocasiones pero se llegó al descanso sin goles.

La segunda mitad resultó más igualada con una Francia que, liberada de los nervios iniciales, empezó a rondar con más frecuencia la portería de Arconada. Fue entonces cuando llegó la jugada que cambió el partido. Corría el minuto 56 y el árbitro checoslovaco señaló falta de Gallego en la frontal del área. Platini frente a Arconada. Dos de los héroes del campeonato cara a cara y el destino, que hasta la fecha había alentado las ilusiones del guardameta, propinó un golpe mortal a las aspiraciones españolas. El balón fue al lado del portero, incluso se trató de un disparo blandito, y Arconada no tuvo problema en atajarlo. Sin embargo, de forma poco comprensible, ese balón, cuyo destino era morir en el regazo del portero, se escabulló y como empujado por un resorte cruzó la línea de gol. La selección gala se ponía por delante y ya no fue posible voltear el marcador. Luego, en el 90, llegó el gol de la sentencia pero la final se había perdido mucho antes. Arconada, el mito, el de las paradas imposibles, había quedado injustamente retratado. Desde ese día, hablar de Arconada es hablar del gol de Platini en París.

ANDONI ZUBIZARRETA


Andoni Zubizarreta, al contrario que Iribar y Arconada, sus predecesores en la selección, no ha sido un one club man. Durante las 17 temporadas en las que ejerció como profesional acumuló más de 55.000 minutos de juego pero lo hizo defendiendo tres escudos diferentes: Athletic Club de Bilbao, FC Barcelona y Valencia CF. Su condición de titular indiscutible le permitió ser un activo fundamental en la consecución de un palmarés envidiable. Seis Ligas, tres Copas del Rey, tres Supercopas de España, una Copa de Europa, una Recopa y una Supercopa de Europa están al alcance de muy pocos. De porte sobrio, un estilo muy diferente al del elástico Arconada, Zubizarreta acumuló 126 internacionalidades entre el periodo 1985-1998 participando con el combinado nacional en cuatro mundiales de forma consecutiva.

El 13 de junio de 1998 la selección española dirigida por Javier Clemente iniciaba su andadura en el Mundial de Francia. Tras una fase clasificatoria en la que había resultado imbatida, únicamente cosechó dos empates, España partía como clara favorita del grupo D por delante de Nigeria, Paraguay y Bulgaria. La escuadra nacional era un conjunto rocoso, claramente reconocible, cuyo único punto de fricción era la mala relación existente entre el seleccionador y determinados sectores de la prensa deportiva. El primer partido enfrentó a España en Nantes con las águilas verdes de Nigeria. Los nigerianos venían de ser campeones de la Copa África cuatro años antes y contaban con jugadores de renombre como Finidi, Mutiu, Yekini y Okocha. Llegado el minuto 73 de partido España dominaba el marcador por dos a uno gracias a los tantos conseguidos por Hierro y Raúl.

Todo estaba encarrillado hasta que un desajuste defensivo, extraño en la escuadra de Javier Clemente, permitió a Nigeria llegar con superioridad al área defendida por Zubizarreta. Yekini combinó con Lawal y éste, próximo a la línea de fondo y defendido por Ivan Campo, optó por buscar atrás a uno de los dos compañeros que acompañaban la jugada. El esférico no cogió buena dirección y mansamente se aproximó al ligeramente adelantado guardameta español. En ese momento, para sorpresa del hincha español, la misma mano que había convertido a Zubizarreta en un seguro bajo palos, resultó vencida por el peso del balón. Un centro raso, poco tocado, doblaba el guante del cuatro veces mundialista y permitía que el balón que salió de las botas de Lawal buscando un compatriota acabara convertido en gol. Quedaban todavía 15 minutos del primer partido del Mundial pero este torneo ya era historia para España. El partido se acabó perdiendo y en los dos siguientes encuentros España no pudo rehacerse del daño que ese guante, otrora salvador, le había causado.

Los porteros son tipos especiales. En su aislamiento saborean victorias y derrotas de un modo único, diferenciado de las sensaciones que rodean a sus compañeros. El gran Lev Yashin, portero de porteros en la extinta URSS, expresó mejor que nadie lo que supone ser arquero. “Los goles sufridos acechan, siempre. Uno no recuerda los que salvó, sino los que le metieron. El arquero que no tenga ese tormento interno, no tiene futuro”