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lunes, 16 de abril de 2018

Las vivencias de un athletizcale en Angola

Artículo publicado por Gaueko Mateo en bizkaia.eldesmarque.com el 16/04/2018


Los angoleños son feligreses del fútbol. Y los bilbaínos profesan el Athletic Club. Los domingos en Luanda son para ir a la iglesia a rezar en familia, y a la tarde para ver fútbol. Los athleticzales vamos a San Mamés, nuestro templo, nuestra iglesia, nuestra Catedral.

Los días de partido, en cualquier puesto en la calle, en cualquier bar, en los musseques, o en los lugares en que el hombre occidental pasa su tiempo libre, emiten los enfrentamientos. Recorres la calle y ves camisetas de fútbol de la liga angoleña, portuguesa, inglesa... y española. Camisetas de Messi, de Dybala, de Cristiano Ronaldo. Viven más las ligas de fuera que la suya propia.

Difícilmente reconocen a la primera los colores que visto, <<¿Eres Español? ¿Eres del Barcelona o del Madrid? ¿Messi o Ronaldo?>>... me suelen preguntar los angoleños. La mayoría de mis amigos españoles que siguen el fútbol, son forofos del Madrid. Todos responden que son hinchas del Real Madrid. Los angoleños sonríen; las altas instituciones angoleñas son seguidores del equipo de la capital española. También es sinónimo de glamour, de riqueza y exuberancia. Y es lo que más anhelan los angoleños: la imagen de éxito, de triunfo, de opulencia, de fama y de adoración. Es sinónimo de poder. Y para la sociedades desiguales, exhibir riqueza es poder. Es superación personal.

Recuerdo una entrevista con el Ministro de Transportes Marítimos Angoleño, Victor de Alexandra Carvalho. Sonrió cuando mi compañero burgalés dijo que era seguidor del Real Madrid, lo mismo que el analista de mercado que nos acompañaba. El Ministro vivió en Madrid, y tiene a su hijo mayor estudiando en una universidad privada en Madrid. <<¿Tú también eres del Madrid?>> me preguntó, al ver que yo no contestaba. <> <<¿Del Atlético de Madrid? ¿Simeone?>> <>.

Aquel nombre no le estimulaba, no le decía nada. Lo conocía, pero era un equipo más. Una mediocridad. Nos habló del partido contra el Paris Saint Germain. La entrevista fue días antes del partido de ida, y temía la derrota del Madrid, pero confiaba en Ronaldo y los jugadores del equipo de la capital. También me pasó lo mismo en la escuela de idiomas. Un angoleño, que vivió casi toda su vida entre el Congo y Bélgica, reconoció mi camiseta. <<¿Es del Sevilla?>> me dijo. Por lo menos alguien que conocía un equipo más allá de los tres grandes. A Alex se le hubiese iluminado la cara.

Alex es un expatriado sevillista de Triana. Orgullo de ser andaluz, que últimamente muestra su descontento con la directiva sevillista. <>. Ni la victoria sobre el Manchester United en Champions le hizo cambiar su opinión. Pero apoya al Athletic. Le gusta el equipo. Es curioso cómo se le reconoce el mérito al equipo bilbaíno. Incluso en Europa; cualquier persona que le guste el fútbol conoce al Athletic y su gesta. Son capaces de decir, por lo menos, tres jugadores del equipo; Aduriz siempre se cuela en sus nombres. Se sorprenden por su filosofía, y la aplauden, sobre todo en los países más nacionalistas.

En Angola apenas lo conocen. Cada vez que alguien me pregunta por el equipo, demuestro ese orgullo bilbaíno. Saco el athleticzale que habita en mí. Sobre su importancia en épocas pasadas y su filosofía. En la gesta de desafiar a los grandes con jugadores de la región. De una región con un quinto de la población de Luanda. De la lección que es sentir los colores, de la afición conectada con el equipo. Con SU equipo. Del romanticismo del fútbol, de la belleza del pasado, cuando no había millones, ni tanta fama.

Y me miran raro. No entienden por qué no estoy con un equipo ganador. <> les digo.

Intento hablarles de Iñaki Williams. <>

Por las calles, los jóvenes juegan a fútbol. Los domingos por la mañana, los niños invaden las calles y cortan las carreteras para jugar. Sacan porterías bajas y oxidadas, con la red rota. Y ríen, y sueñan con los grandes jugadores. Visten sus equipaciones. Muchas veces desgastadas. Para ellos, es un trofeo, un bien que hay que guardar pues sus padres se han hipotecado varios meses para regalarselas.

Las terrazas de los chiringuitos de barrios marginales, de casas estrechas de adobe y hojalata, se abarrotan. El bar que tiene televisión de plasma, aunque sea una barra con cervezas y sin congelador, es lugar para reunirse y disfrutar del partido del Real Madrid o del Barcelona, o de la Liga portuguesa. Estos bares son remolques o contenedores. No tiran cerveza, sino que enfrían las latas en bidones repletos de hielos.

Camino por la calle, viajo y hago mi vida como uno más con mi camiseta; solamente me diferencio de ellos por dos motivos: por el color de piel y por la camiseta de mi Athletic.

Un Athletic que lo dan en abierto; el paquete de televisión ofrece un canal que emite solamente partidos de la liga española. Algunos incluso repetidos. Un martes por la tarde, haciendo el deporte moderno del zapping, encontré la remontada del Athletic al Osasuna del 2004. Ese partido con un 0-3 en contra en San Mamés en el minuto 60 y que terminó el Athletic ganando 4-3, con gol del gran Julen Guerrero en el descuento. Fútbol en mayúscula. Fútbol que no ofrece este año el Athletic. Pero aún así, todos los fines de semana me conecto a la televisión, con alguna de mis camisetas.

El fútbol es parte de su cultura de ocio, pero apenas hay espacio para el Athletic. Porque, aunque no queramos reconocerlo, el Athletic no es un grande; y en África importa la opulencia y el éxito inmediato. No empatizan con él.

<<¿Sabes?>>, me dice el chófer de nuestra oficina: <>.

Y es que todo Athleticzale es un misionero. Es un religioso propagando el culto deportivo más bello del mundo. El Athleticzalismo.